sábado, 6 de enero de 2018

Príncipe de la Paz

Príncipe de La Paz

                                                                    

                      "Pues nos ha nacido un Niño, y un Hijo nos ha sido dado, Él llevará sobre su hombro la insignia de su Principado, será llamado Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de La Paz" (Profeta Isaías cap. 9 vers. 6).

                        Los mejores comentaristas de la Sagrada Escritura atribuyen esta frase profética del gran Isaías al Verbo de Dios Encarnado y esto sin lugar a dudas ni a otra interpretación posible.

                        Nuestro Señor es Príncipe de la Paz, es decir, Señor del orden. El orden es, como en todo, que todo esté en su lugar. Estar en su lugar es, por así decirlo, tenerse, estarse y dirigirse en donde uno debe y hacia donde uno debe dirigirse; dicho más simple es: Seamos lo que somos, busquemos lo que debemos. Es la clave de todo orden y necesariamente su contraria es la clave de todo desorden y frustración.

                        Ser lo que somos, no es otra cosa más que responder a nuestra naturaleza y a nuestra condición esencial de creaturas. Si somos hombres hemos de vivir como tales.
                       
                        En lo individual no somos animales, no somos máquinas de placer ni fabricadores de materialismo, no podemos ser como el puerco que mira sólo el fango y en él busca su alimento. No podemos buscar quedarnos para siempre en lo que pasa y se acaba o en una vida terrenal que se nos va de las manos cada día que pasa. Dios no nos reveló su Existencia ni su Amor por nosotros para que lo admiráramos solamente sinó para que lo alcanzáramos un día; por eso nos hizo seres de trascendencia hechos para algo superior una vez terminada esta vida pasajera.

                        En lo social esa condición de hombres no es patrimonio de uno solo, cada semejante a nosotros guarda la misma condición y el mismo destino. Esto hace que nuestros iguales merezcan respeto de nuestra parte por su condición, que es la que a todos nos enaltece y con el respeto viene a resultar que son de igual dignidad, aunque unos tengan más que otros y todos pueden y deben ser amados.

                        Las piedras se ignoran entre sí, los árboles se hacen sombra entre ellos, los animalitos son ajenos al amor y sólo los hombres pueden entender de qué se trata eso que llamamos “querer”.
                        Hombres en lo individual y en lo social es respetar para nosotros y en los demás una dignidad natural que no permite bajezas ni egoísmos y claramente establece un principio de orden para nosotros y para todos.

                        Pero falta algo todavía, nuestra condición esencial de creaturas.  No viendo los hombres nada mejor con sus ojos terminaron creyendo que lo eran ellos. Por eso Dios nos dio inteligencia para darnos cuenta que ni nuestro bien ni el bien del universo nacían de nosotros.

                        Reconocer que somos creaturas supone tres cosas:

                        - Reconocer un Creador de quién todo y todos dependemos;
                        - lógicamente, que no todo depende de nosotros lo cual pone un límite al orgullo del hombre al que la ciencia y la técnica lo engañan haciéndole creer que porque puede mucho lo puede todo;
                        - que ese Creador y Señor  no creó por capricho ya que la Sabiduría Infinita no tiene caprichos, sino que creó por Amor que es lo único que puede explicar que Alguien a quien no le faltaba nada y que era infinitamente feliz hubiera pensado en otros y para otros.  Siendo que el Amor fue quien creó es normal que ese Amor se ocupe de sus creaturas y esto hace que entre nosotros no pueda haber desesperación.

                        Digámoslo de manera sencilla y práctica: Que somos creaturas significa que debemos adorar a Dios; adorar supone doblar la rodilla de nuestra alma reconociendo nuestra pequeñez aún en medio de todo lo que podemos; confiar en un Creador cuya capacidad y poder son tan infinitos como su Amor.
           
                        Ese Creador y Señor de nuestra Paz y de todo Orden es el Niño nacido en Belén que encierra en su puño de Infante al universo entero, a Él nuestra adoración, nuestro reconocimiento y nuestra confianza en la vida y en la muerte.

                                                       ¡Santísima Navidad!

                                                                    21 de diciembre del 2017.

                                                                                      + Mons. Andrés Morello.  


Homilía de su Excia. Mons. Andrés Morello el 8 de diciembre del 2017



Homilía de su Excia. Monseñor Andrés Morello el 8 de diciembre del 2017
Ceremonia de Ordenación Sacerdotal
“El Retiro” Molinari, Córdoba, Argentina.

            Por la señal de la Santa Cruz de Nuestros enemigos líbranos Señor Dios Nuestro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Ave María Purísima.
            La fiesta de la Inmaculada Concepción de María Santísima ofrece hoy un marco de oro a esta Ordenación Sacerdotal.
            La presencia del Santísimo Sacramento sobre la tierra, la continuación de la celebración de la Santa Misa sobre la faz del mundo, la permanencia de la Santa Iglesia delante de Dios desde la tierra y de pie delante de los enemigos de las almas, depende a la vez de que haya Sacerdotes.
            Vemos entonces la trascendencia de una Ordenación Sacerdotal y es lógico entonces que la Santa Iglesia la rodee de una ceremonia a la vez primorosa y solemne.
            Permitan Ustedes que pueda detenerme unos momentos para hablar del Sacerdocio Católico. Ese Sacerdocio, que no es más que el mismo Sacerdocio de Jesucristo Nuestro Señor.
            Es una Verdad de Fe y de las más importantes que Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo de Dios encarnado y por lo mismo Él es Sumo y Eterno Sacerdote. Lógicamente entonces todo Sacerdote de la historia lo es por su semejanza y por su cercanía con el Sacerdocio de Cristo.
            La semejanza de dos seres la da la naturaleza de esos mismos seres. Dos hombres altos, bajos, de un país o de otro, son ellos semejantes porque son hombres, es decir porque tienen ellos la misma naturaleza humana. La cercanía en cambio la da la identidad del pensar, del querer y del hacer. Entonces hablemos de estas dos cosas: Primera de ellas la semejanza con Cristo y la segunda la cercanía con Él.
            ¿Cuál es nuestra semejanza como Sacerdotes con la naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo? Nosotros no tenemos la misma naturaleza que Nuestro Señor, la misma naturaleza divina que Él, sólo nos igualamos a Él en la naturaleza humana pero en nosotros esa naturaleza a diferencia de Él está herida por el pecado original. Jesucristo Nuestro Señor, Él es Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios encarnado en una naturaleza humana y por lo mismo santísima, perfectísima, inmaculada y sagrada por completo. Unidas en Él la divinidad y la humanidad de una manera sustancial, única, desde el primer instante de su concepción en el seno purísimo de la Virgen María. En ese instante todo el Verbo de Dios bañó por completo la naturaleza humana de Nuestro Señor, penetró toda su humanidad y la penetró para siempre haciendo con Él una sola entidad, un solo ser todo Omnipotente, todo Santo, todo Divino. Esta unión sagrada entre el Verbo de Dios y su Cuerpo y su Alma hace que ese Cuerpo y esa Alma de Cristo sean todos ellos sacerdotales. Hace a Jesucristo sacerdotal por completo, porque es Sacerdote quien une a Dios con el hombre y es eso lo que sucede de manera sustancial en Nuestro Señor al unirse allí el Verbo de Dios con su humanidad Santa. Entonces, todo en Él es Sacerdote y necesariamente Sumo y Eterno Sacerdote. Todo en Él es sacerdotal, fruto de sus dos naturalezas de Hombre y de Dios unidas para siempre. En nosotros, en los Sacerdotes pasa lo mismo pero en la medida en que puede pasar, pasa realmente pero en la medida que esto puede suceder, no puede pasar por naturaleza porque no somos Dios, pero puede pasar por la Gracia del Sacerdocio que nos hace semejantes a Él.
            La Gracia del Bautismo saben ustedes que nos hace a nosotros Hijos de Dios como el Verbo de Dios es su Hijo. La Gracia de la Ordenación nos hace Sacerdotes como Jesucristo lo es desde la Encarnación. En la Carta a los Hebreos dice San Pablo que el Verbo de Dios al entrar al mundo pronunció estas palabras sagradas: “He aquí Padre que vengo a cumplir tu Voluntad, Tú no quisiste oblaciones ni sacrificios pero me has dado un Cuerpo”. Ese Cuerpo es el que Jesucristo Nuestro Señor sacrificó en el acto supremo de su vida mortal. La muerte en la Cruz de Nuestro Señor es el acto más importante de su vida. En la Cruz Él es de hecho Salvador y Redentor para nosotros. Esa es, la Cruz, la primera Misa de la historia, la única continuada para siempre en Nuestros altares.
            Es normal entonces que la Santa Misa defina al Sacerdote, que allí se realice en la Misa y en el poder decir la Misa la identidad y la semejanza más profunda al hacer en los altares lo que hizo Nuestro Señor en la Cruz. Ahora bien, esto pasa solamente en la Misa Católica; entonces nosotros no somos tradicionalistas por añoranzas. Si la misa nueva, dice aquel estudio, se aparta de manera impresionante de la Teología Católica de la Misa, entonces necesariamente se aparta del Sacerdocio de Cristo aquel sacerdocio que celebra la nueva misa. Un sacerdote que no sabe lo que es la Misa por lo mismo no entiende lo que es el Sacerdocio. Por eso la Teología repite siempre “Sacerdos propter Eucaristiam”, el Sacerdote es para la Eucaristía, es decir el Sacerdote es para la Santa Misa.
            Aun así, después de todo lo que hemos dicho, no es la Misa la que me hace a mí Sacerdote, es la Ordenación, es el instante supremo de la Gracia sin igual del Sacerdocio. Es lo más parecido al momento de la Encarnación, la que hizo el Verbo de Dios en su Cuerpo y en su Alma. Eso que sucedió en la Encarnación sucede en nosotros por la Gracia en la Ordenación. Normalmente no sabemos o no alcanzamos a entender lo que es el Sacerdocio porque no alcanzamos a entender por completo lo que es Nuestro Señor. La Gracia del Sacerdocio transforma nuestras almas de manera permanente, de manera imperdible. Ella hace tanta semejanza con nosotros que permite hacer lo mismo, obrar en nombre de Jesucristo, consagrar, perdonar, dar la Gracia.
            Ahora bien, el Sacerdocio judío, aquel sacerdocio del Antiguo Testamento era un sacerdocio real, lo era por lo menos hasta el Viernes Santo, pero era figura del Sacerdocio que vendría. Llegado el Sacerdocio Cristiano cesó para siempre el sacerdocio judío. Sin embargo ese sacerdocio judío que era antes de la muerte de Cristo real sacerdocio, fue sin embargo afrentoso en aquel Sanhedrín que condenó a Jesucristo, en Anás y Caifás ese sacerdocio fue blasfemo y fue sacrílego. Entonces no basta con la gracia sacerdotal que con la Ordenación da la semejanza con Nuestro Señor, es una exigencia de esa misma Gracia la cercanía real, la cercanía completa con la Santidad y con las Virtudes de Nuestro Señor. Sacerdotes que no tengan está cercanía hacen sacerdotes de Sanhedrín, hacen sacerdotes contra natura, hace Anases y Caifases, imágenes marcadas que habían estado hechas para ser idénticas a Dios.
            ¿Cómo conseguimos nosotros esa cercanía con Nuestro Señor? Piensen ustedes dos personas que guardan cercanía cuando ellas piensan, cuando ellas quieren y hacen lo mismo o de manera similar, y con el tiempo hasta llegan a tener los mismos sentimientos.
             Pensar igual que Jesucristo es lo primero, es decir el Sacerdote debe pensar la Verdad y la Verdad no es otra cosa que Él mismo, que  Nuestro Señor, cada palabra salida de los labios de  Jesucristo, cada letra en el Evangelio, todo lo que anuncia el Antiguo Testamento y todo lo que muestra el Nuevo, todo eso es la Verdad de Jesucristo, todo lo que manda y lo que enseña la Iglesia, aquello que dijo Nuestro Señor: “Lo que ates será atado y lo que desates será desatado”.
            La Iglesia es la voz de Nuestro Señor, la voz de la Verdad, a lo largo de los siglos, a lo largo de la historia. Entonces para ser cercanos a Cristo debemos pensar como Él piensa, pensar la Doctrina, pensar el Dogma y siempre las Leyes de la Iglesia.
            Lo segundo es que queramos lo mismo que Nuestro Señor ¿Es querer qué? La gloria de su Padre, la continuidad de la Iglesia  en la tierra, la salvación de las almas. No podemos querer nada que no quiera Dios, nada que no busque la Iglesia, nada que llegue a dañar a las almas.
            Si nosotros somos capaces de llegar a pensar y querer lo mismo que Nuestro Señor entonces debemos hacer igual que Él. ¿Qué es hacer igual? Es copiar sus Virtudes, que están todas jalonadas en el evangelio. En pocas palabras: Nada distinto, nada en contra de Él, nunca jamás.
            Terminemos con estas palabras. Los fieles serán en la Iglesia lo que son sus Sacerdotes. Los Sacerdotes lo son realmente por la Ordenación, pero la cercanía con Nuestro Señor no nace de la Ordenación sino de la imitación; y de la imitación nacen las virtudes. Entonces es una obligación bendita, una obligación Sagrada la de tratar de copiar a Jesucristo. Es la fidelidad de cada día la que hace al Sacerdote hombre de Dios.        Entonces, es normal que el Cielo entero  y todos aquellos que están en el Cielo bendigan y quieran a aquellos que en la tierra se asemejan a Nuestro Señor. De una manera especial ha de tener un amor inmenso por las almas sacerdotales la Madre del Salvador y es a Ella en esta fiesta gloriosa a quien vamos a pedir, a quien vamos a rogar de una manera especial por aquel que se ordena hoy y por todos nosotros.
                                                                                              Ave María Purísima